As soon as the sea and the wind pushed us against this island, its solidity seduced our spirits. Would winter have required land, shelter, warmth, the recollection of the embrace of the bay offered by Cagliari? The first justification was the mistral, peaks of 70 knots were recorded in the port, in 15 years only three times. It struck rigorously the coast by wrecking a merchant ship in Sant’Antioco, making it impossible for fishermen to work during the Christmas period, also opening a sealing ring of our stern mooring.

It was a strong storm, yes, but already the first morning Cagliari had winked at us in an elegant amphitherical view from the port, distracted, with the added beauty of chance encounters. Its promenade, its narrow streets and its stone walls managed to conquer us quickly, our legs rejoiced walking around its neighborhoods, each with a different beauty like the characters of a novel. The climb to the castle, where we found a self-managed place (Sa Domu) to continue with yoga practices, has become a pilgrimage.

The city, originally known as Casteddu (Castle), referring to what now forms the historic center, today takes this other name: Cagliari. Among the most plausible etymological hypotheses there is the one that associates it with the proto-Sardinian voice Caraili, which means rock, in clear reference to the rocky hill that constitutes its orography.

When the mistral left us, our feet, tamed by the pilgrimage “castle above, castle below”, settled in the cracks of this rock, found refuge and settled among its volumes.

It was just before Christmas Eve, delicate garlands of lights adorned some squares and the streets smelled of oven, sweets and meetings. And, in fact, these dates worked their magic for us too. Leo’s old friends, whom the weight of time and distance had kept in the lethargy of memory, reappear through a brief and eventual chain of contacts. This is how Andrea and Fatù, having learned of our presence on the island, contact us and invite us to Christmas food. Here they are, again, the same people around the table, 35 years later, the same years I turned on the day of our unexpected arrival in Cagliari, as if that day at that table I had materialized the volume of the passage of time.

Feeling welcomed in a family intimacy on Christmas Day, sharing customs, cooking, games was a warm experience as the fireplace with which Andrea’s brothers cooked an excellent lamb with patience and skill. This meeting has taught us that a friendship is not lost in time. 

For New Year’s Eve, people descend from the rock to the sea, line up on its shores. The sky was illuminated by fires of a thousand colors and the calm waters multiplied them. But as soon as the year comes in, everyone goes back to the rock to celebrate. We receive the feeling that the Sardinians are more people of land, than of sea, which historically, has brought them problems. The mysterious Nuragic culture, with its conical towers, unique in the megalithic panorama of the Mediterranean and its fascinating bronze figurines, had already understood that it should flourish away from salt water. The sea, as Homer said, is sterile. No, the Nuragic did not sympathize with the sea, indeed, their well temples and their sacred sources speak of a naturalistic religion that worshiped fresh water. In Sardinia everything that is fertile grows inland, the sea is a threat, the sea is foreign. Maybe it will be winter, but it gives us the feeling that this rock looks at the sea as if watching it, always keeping it on the other side of the line of otherness. Between all that is known (the rock) and the alien (the sea), stretches the shore of the sea. The sea, meanwhile, breathes, because in the end it is only a matter of time.

Cerdeña tierra de piedra.

Tan pronto como el mar y el viento nos empujaron contra esta isla, su solidez sedujo nuestro ánimo. ¿Sería el invierno que demandaba tierra, abrigo, calor, el recogimiento de ese abrazo de bahía que ofrecía Cagliari? 

Primero fue la justificación del Mistral: en el puerto llegaron a registrarse ráfagas de 70 nudos, algo solo visto tres veces en 15 años. Azotó con rigor la costa encallando un carguero en San Antíoco, imposibilitando a los pescadores faenar en plena época navideña, arrancando incluso uno de nuestros spines de popa. 

Fue un temporal fuerte, sí, pero ya la primera mañana Cagliari nos había guiñado un ojo en elegante visión anfiteatral desde el puerto, distraída, con la belleza añadida de los encuentros casuales. Su paseo marítimo, sus calles estrechas y sus muros de piedra consiguieron conquistaarnos muy temprano, nuestras piernas se alegraban recorriendo sus barrios, cada uno con una belleza diversa como los personajes de una novela. La subida al castillo, donde habíamos encontrado un lugar autosugestionado (Sa Domu) donde continuar con las prácticas de yoga, se convirtió en un peregrinaje. 

La ciudad, originally conocida como Casteddu (Castillo), referiéndose a lo que ahora conforma el casco antiguo de la ciudad, hoy toma este otro topónimo: Cagliari. Entre las hipótesis etimológicas mas plausibles se encuentra la que lo asocia a la voz protosarda Caraili, que significa roca en clara referencia a la colina rocosa que compose su orografía. 

Para cuando nos abandonó el Mistral, nuestros pies, domesticados por nuestro peregrinaje Casteddu arriba Casteddu abajo, se fueron colando entre sus grietas, encontrado cobijo y acomodándose entre los volúmenes de esta roca. 

Eran vísperas de Navidad, delicadas guirnaldas de luces adornaban escogidas plazas y las calles olían a horno, a dulce y a encuentro. Y en efecto, estas fechas obraron su tradicional magia también para nosotros. Viejos amigos de Leo, a los que el peso del tiempo y de la distancia habían mantenido en el letargo de la memoria, reaparecen a través de una breve y eventual cadena de contactos. Así es como Andrea, al sabernos en la isla, nos contacta y nos invita a la comida de Navidad. Allí se encuentran, de nuevo las mismas personas al rededor de la mesa, 35 anos después, los mismos que yo cumplía en la jornada de nuestra imprevista llegada a Cagliari, como si aquel día en aquella mesa yo materializase el volumen del paso del tiempo. 

Para nochevieja la gente baja de la roca hasta el mar, se alinea en sus orillas. El cielo se encendía en fuegos de mil colores y las aguas tranquilas los multiplicaban. Pero tan pronto como entra el año todos vuelven a la roca para celebrar y festejar. Nos da la sensación de que los sardos son más gente de tierra, el mar, historicamente, les ha traído problemas. The mysterious Nuragic culture, con sus torres cónicas, únicas en el panorama megalítico mediterraneo y sus fascinantes figurillas de bronce, ya había entendido que debía florecer lejos del agua salada. El mar, ya lo decía Homero, es infecundo. No, los nurágicos no lo simpatizaban, muy al contrario, sus templos-pozo y sus fuentes sacras hablan de una religión naturalista que adoraba el agua dulce. En Cerdeña lo fértil crece en el interior, el mar supone una amenza, el mar es extranjero. Quizá sea el invierno, pero nos da la sensación de que esta roca mira al mar como vigilandolo, manténiendolo siempre al otro lado de la linea de la alteridad. Entre lo conocido, (la roca) y lo alieno, (el mar), se extiende la linea de costa. El mar en tanto respira, porque al final sólo es una cuestión de tiempo.

Similar Posts

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *